La agonía de las
'nadales'
El castellano de
Catalunya proviene de los ciudadanos foráneos que decidieron no hablar el
catalán
Artículos | 29/12/2011 La Vanguardia
Reconozco que en cuestiones lingüísticas soy pesimista. En una conversación
reciente con Josep Cuní, me aseguraba que nunca había habido tantos ciudadanos
que hablaran catalán. Es cierto que somos más, porque la demografía hace su
trabajo. Pero también lo es que nunca habíamos tenido tantos miles de personas
que vivieran en castellano sin necesitar para nada la lengua propia del país.
Es decir, hace un siglo éramos menos, pero lingüísticamente homogéneos, y ahora
la lengua propia es la que recula en todos los ámbitos de la práctica
lingüística. Hay, de facto, un proceso de sustitución lingüística, no en vano
el castellano que hoy se habla en Catalunya proviene de los ciudadanos foráneos
que decidieron no hablar el catalán, y lo han consolidado a lo largo de los
años. Con el añadido de décadas de dictadura que tampoco permitían ningún apoyo
a una lengua prohibida y reducida a la intimidad. La suma ha dado un país de
catalanohablantes durante ocho siglos y que en sólo un siglo tiene una lengua
foránea consolidada y peligra la lengua propia. Si añadimos los inmigrantes
venidos en poco tiempo, muchos de países de habla castellana y la mayoría
socializados en castellano, la situación acaba de complicarse.
El catalán recula en la práctica diaria, ha desaparecido de los patios de
muchas escuelas –aunque las clases se hagan en nuestro idioma– y casi no existe
en muchos ámbitos laborales, especialmente si hablamos de trabajos de cara el
público como la restauración o el comercio. Por mucho que me esfuerzo, pues, no
sé de dónde sacar el optimismo que muestran mis colegas más ilustres, porque
todo me conduce hacia un pesimismo profundo. Ni el catalán está a salvo, ni
parece, a estas alturas, que pueda detenerse el deterioro.
Fijémonos en un ámbito concreto y si quieren menor de la cuestión, los
villancicos que se cantan por estas fechas. Hoy por hoy es un milagro encontrar
un sola tienda donde la música de fondo sea un villancico catalán, y la
sustitución lingüística –incluso identitaria– no se produce sólo en la pérfida
ciudad de Barcelona, que ya se sabe que está muy contaminada, sino en cualquier
pueblo del país. Entremos donde entremos, o estamos obligados a oír el
horroroso hilo musical que martillea los oídos con un ruido infame que algunos
osan denominar música, u oímos los clásicos villancicos castellanos. No sólo no
es normal que por Navidad el hilo musical de nuestros pueblos sea la música
tradicional del país, sino que incluso es tan exótico que hay quien lo
considera ridículo. Obviamente, perder la costumbre de las nadales no hunde al
país, pero es un detalle más de la lenta destrucción de nuestra identidad lingüística
y cultural. Y no veo cómo detener esta destrucción.
CONTINUARÀ...